¿Qué importancia tienen los videojuegos en tu vida?


Me encontraba contestando una encuesta virtual sobre videojuegos y percepciones sociales, conductuales y éticas de quienes los jugaban cuando di con una pregunta que detuvo mis, hasta entonces, frenéticos clics: “¿Qué importancia tienen los videojuegos en tu vida?”.

“¡Muchísima!”: esa fue mi primera respuesta interna, la más sincera posible, pero luego volví a detenerme y aparté unos instantes la mirada de la pantalla. Aquella era una de esas preguntas que despertaban una reacción inmediata y honesta en tu interior: ¿vale la pena seguir viviendo?, ¿qué autores cambiaron tu vida?, ¿sirve de algo la poesía?, ¿existen los dragones? Pero esas preguntas solo podían responderse rotundamente porque antes has dedicado tardes y noches enteras a esculpir con paciencia sus respuestas en tu corazón, a veces puliendo más o menos de lo que debieras, cuestionándote cada palabra y cada paso que has decidido dar o reprimir. Una rotundidad engañosa, al fin y al cabo, pero que es sincera incluso cuando la presentas llena de los ripios de la duda.

Precisamente, para cuando me encontraba respondiendo esta encuesta, había pasado los últimos meses moldeando el material que habría servido para responder aquella pregunta más allá de una única y vaga palabra. ¿Qué significaba que los videojuegos fueran “muy” importantes en mi vida? Y comencé a responderme a mí misma, en orden cronológico.

En primer lugar, los videojuegos fueron mi gran compañía de niñez y adolescencia. Siempre fui una chiquilla solitaria y taciturna, que tuvo la mala fortuna de conocer en esos años a un rango muy limitado de personas que nunca le interesaron intelectual o emocionalmente. A la espera de conocer gente con la que al fin podría tender verdaderos lazos de amistad, los videojuegos me permitieron lidiar con mi soledad, primero como el escapismo más burdo y luego como una vía más para entenderme a mí misma y al mundo que me rodeaba. Como toda ficción relevante, las historias de mis RPG favoritos de entonces se convirtieron en un consuelo, pero también en una muestra de las posibilidades mismas de la vida si me atrevía a sanarme y a ayudar a sanar a otros.

En segundo lugar, a consecuencia de lo anterior, los videojuegos me motivaron a escribir literatura. Nacida en un país que siempre ha sentido una aversión particular hacia la Fantasía, la mayor parte de mis lecturas impuestas en la escuela poco y nada tenían que ver con aquellas obras leídas en mi infancia y que tanto habían influido en mi experiencia. Si las historias que quiero leer solo existen en los videojuegos y no en la literatura, entonces yo misma las escribiré, me dije entonces, con toda la inocente e ignorante arrogancia de la juventud, antes de descubrir que la Fantasía efectivamente existía como estética literaria, solo que era casi desconocida en Latinoamérica. Para cuando la literatura se convirtió al fin en mi vida, mi biblioteca de referencias y de historias memorables e inspiradoras aunaba sin ningún problema tanto obras literarias como títulos de videojuegos.

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En tercer lugar, con el descubrimiento de nuevas tendencias en la industria y el feliz encuentro con personas que veían la vida, la literatura y los videojuegos de una manera similar a la mía, redefiní lo que significaba para mí jugar. Conocí rarezas como To the Moon, que me hicieron plantearme por primera vez la posibilidad de escribir una historia para un videojuego de mecánica poco convencional. Viví intensamente la breve experiencia de Gone Home y lo finalicé con un suspiro de alivio, sorprendiéndome del odio que suscitó en el sector por su propuesta. Descubrí el debate entre los límites y las posibilidades del videojuego como medio. ¿Medio lúdico? ¿Medio narrativo? ¿Medio artístico? ¿Un videojuego debe ser entretenido? ¿Qué significa “entretención”?

Sentí también nostalgia por todos aquellos títulos que había tendido a relegar en mi vida universitaria y luego adulta, emocionándome con todo el material tributo que comencé a hallar por todos lados. Recuerdos de mí misma, con los ojos luminosos y cansados y las manos sudorosas, alegrándome y sufriendo por el destino de personajes e historias que no existían, pero que eran verdaderas para mí y para la gente que solo años después llegaría a conocer.

Y llegué finalmente, por desgracia, a la controversia desatada por el Gamer Gate. Conocí textos y videos de todo tipo, unos que me hicieron recordar la maravilla de jugar videojuegos en todo su potencial (estético, emocional, artístico, narrativo, lúdico, político… ¡de todo tipo!) y otros que me hicieron avergonzarme de aquel mote que nunca usé para mí, pero que siempre observé con curiosidad desde la lejanía de una muchacha a quien le daban miedo los hombres: gamer. Descubrí un puñado de nombres que escribían de videojuegos y que seguían creándolos a pesar del hostil y merdoso ambiente de la industria, y que tenían la valentía de continuar haciéndolo, pero a la vez la delicada empatía de entender a quienes preferían dar un paso al costado y salvar su propia vida o su integridad sicológica.

En 2014 inicié una etapa en la que comencé a reformular lo que significaban los videojuegos, ya no solo para mí, sino para tantas otras personas que he llegado a admirar. Personas que deseo seguir apoyando de alguna forma, leyendo sus textos y jugando a sus videojuegos. Personas como Jenn Frank, Zoe Quinn, Leigh Alexander oVeerender Jubbal, que te hacen pensar que podrías sentarlas a tomar una cerveza contigo y conversar de la vida y el mundo teniendo la certeza de que te entenderían y de que, probablemente, habría más de alguna experiencia significativa en común.

Y eso era, en suma, lo que significaba mi exclamación interna de “¡Muchísima!”, cuando me animé a desplegarla en mi mente. De modo que, una vez terminada mi introspección, volví a la web para continuar con la encuesta. Naturalmente, me imaginaba que las opciones disponibles serían más bien cerradas y lejanas a mi experiencia personal, pero albergué la esperanza de que una pregunta tan relevante como esa tendría un espacio especial para extenderte con un texto libre.

Me equivoqué, por supuesto.

Estas son las opciones que se presentaban, para responder al resto de enunciados que se desplegaban desde la pregunta central:

“¿Que [sic] tan importantes son los videojuegos en tu vida?

En una escala de 1 a 4, donde:
[0] = Absolutamente irrelevante (Los juegos no me importan y solo juego para matar el tiempo)
[1] = Levemente relevante
[2] = Moderadamente relevante (es un hobby que me tomo en serio)
[3] = Muy relevante
[4] = Extremadamente relevante (me considero un gamer hardcore)”.

Seguí contestando la encuesta por compromiso, pero el listado anterior bastaba para haber cerrado inmediatamente la pestaña del navegador.

Por supuesto, me vi forzada a señalar la opción [3]. Los videojuegos sin duda eran “extremadamente relevantes”, pero el mero concepto compuesto de “gamer hardcore” me horrorizó. Imposible tener una concepción positiva luego de tantas cosas leídas y vistas, perpetradas por gente que se denomina como tal, aparentemente más como una categoría de consumo y un superficial sentido de pertenencia antes que como una forma de señalar algo que amas. Obviamente habrá excepciones, pero por lo pronto somos bastantes los que preferimos no estar etiquetados por un rótulo bajo el cual se ha intentado justificar tanta podredumbre.

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Por otra parte, ¿qué podría tener en común un gamer hardcore conmigo, desde nuestras respectivas experiencias? Juego muy poco a videojuegos ahora mismo. Nunca me ha interesado la mayoría de los juegos bélicos, de deporte o cooperativos, que suelen ser muy populares entre los gamer hardcore, principalmente porque no tienen un imaginario cercano a mí, ni valor estético o narrativo, y porque su factor lúdico me parece lejano al que adoro. Me imagino que los videojuegos no habrán cambiado nuestras vidas de manera similar.

Imposible contestar con sinceridad una pregunta tan crucial como aquélla cuando las opciones que se te entregan solo tienen que ver con la cantidad de horas jugadas. Curiosamente, esto no es tan lejano a la visión actual de la lectura en los jóvenes, en la que se valoran de manera positiva conceptos como “devorador de libros”, “adicto a la literatura” o “libros que enganchan”, que remiten a una percepción de la lectura como obsesión compulsiva y “estupidizada” antes que una experiencia de reflexión elaborada y de reinterpretación constante de uno mismo y de la humanidad.

¿Qué importancia tienen los videojuegos en tu vida? La escultura que moldeaba quedó inconclusa abruptamente luego de una anécdota tan minúscula como la que acabo de contar. Pero, en cierto sentido, está bien que así sea: hay mucho por esculpir aún, y para las nuevas formas que desearía moldear necesitaré de materiales y técnicas que no están aún a mi alcance.

A la espera de poder acceder a ellos, al menos una cosa tengo clara: el día que nos volvamos a formular esta pregunta, parte de la respuesta a moldear buscará que el espacio para contestarla sea tan amplio y libre y maravilloso como recordamos que fue nuestra primera experiencia jugando a un videojuego que nos salvó la vida.