La crítica comprometida


¿Qué tipo de crítica buscamos como lectores en el sector de los videojuegos? De un tiempo a esta parte, existe un polémico debate en torno a la manera en que la prensa especializada y los blogs temáticos desperdigados por la red deben encarar los artículos y el análisis de juegos. La discusión parece distinguir dos bandos enfrentados: aquellos que desconfían del texto reflexivo y, en ocasiones, ampuloso sobre un título que, a juicio del lector, debería tratarse como un simple producto de entretenimiento destinado a divertir; y aquellos que demandan una mayor profundidad en cada aseveración que se ofrece del videojuego objeto de estudio. Esta dicotomía es similar, a su vez, a la eterna discusión de si, en realidad, el videojuego debe tratarse como una obra artística a la par de otras disciplinas o como un mero artículo de interés lúdico. En cualquier caso, sea una cosa u otra o incluso ambas, y con la intención de aclarar mejor la controversia, primero creo que debemos diferenciar entre dos estilos de crítica en función de la temporalidad.

El lector debe tener claro el primer factor relevante a la hora de acercarse a un texto crítico: ¿estamos ante un análisis “a priori” o “a posteriori”? En la crítica “a priori” el objetivo es infomar al lector de si ese juego merece la pena. Normalmente, leemos este tipo de textos para hacernos una idea del producto, conocer sus características e, incluso, valorar su compra. Independientemente del estilo del redactor (más o menos objetivo), la profundidad de observación y el lenguaje empleado, el interés de este análisis reside en nuestro desconocimiento previo, razón principal por la que nos interesamos por el producto descrito. Rara vez esta crítica suele atraer al usuario que ha jugado al videojuego en cuestión, ya que, como es lógico, el contenido no le aportará nada nuevo. No se trata de desmerecer este tipo de análisis, sino de destacar su valor dentro de la temporalidad y público al que va dirigido. La crítica “a priori” no solo es válida, sino que es necesaria por su faceta de comunicación o prensa de servicio (útil en la vida personal del receptor).

Por otro lado, en la crítica “a posteriori” la finalidad es aportar un enfoque más profundo del título, a través de un texto que se esfuerza por entenderlo y ofrecer de él una visión global dentro del medio. El lector que se acerca a este análisis ya conoce el producto y ha valorado, con anterioridad, si merecía la pena su adquisición o no. Indistintamente de que el usuario haya jugado o no, el interés en la lectura del texto viene motivado por el propio redactor que lo escribe (al ser de su agrado o aborrecerlo) o por indagar más o conocer nuevas reflexiones en torno a un aspecto determinado del juego. Este tipo de crítica tiene una mayor permanencia que la descrita más arriba, envejece más lentamente, ya que su valor no reside en el servicio práctico al usuario, sino en la propia reflexión del autor.

Hecha la distinción, a partir de ahora solo me referiré a la crítica “a posteriori” por entender que es donde surge la polémica de los bandos diferenciados. Para simplificar la disertación, y generalizando, se puede decir que existen dos tonos a la hora de escribir un análisis en función del estilo, el estado de ánimo que se pretenda reflejar y la energía, el vigor y la fuerza del texto. Por un lado, está la crítica desenfada, fresca y atrevida, aquella que busca una historia atractiva para enganchar al lector y que explica, de paso, su visión particular del título. Por otro, está la crítica seria y reflexiva, más preocupada por darse a entender y por mostrar el pensamiento que motiva el texto, que por captar la atención a través de un relato que seduzca al usuario. Los dos estilos persiguen lo mismo, pero el primero parte con una ligera ventaja sobre el segundo: independientemente de la calidad del razonamiento, aporta otros motivos de interés en la lectura. El texto que está leyendo ahora (suponiendo que haya llegado hasta aquí) se enmarca claramente en el segundo estilo, por lo que su valor dependerá solo de si el juicio desplegado le resulta válido e interesante.

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Volviendo a la pregunta sobre la que reflexionaba al principio ¿qué tipo de crítica buscamos? El debate no debería estar enfocado en torno a la temporalidad del texto o el tono, esos dos aspectos tan solo definen el momento pertinente de lectura y el estilo con el que se escribe. La verdadera cuestión debería centrarse en distinguir qué artículos tienen un compromiso con el lector y cuáles no. Tanto un análisis de un videojuego cualquiera como una disertación relacionada con el sector son, en esencia, la opinión subjetiva de una persona. No estamos ante textos categóricos, no se trata de una descripción de los hechos o de una demostración empírica a través de la palabra. Los artículos sobre videojuegos que leemos a diario no son objetivos, ni deberían pretender serlo, sino que se ajustan a la manera de pensar y de sentir del autor con relación al producto. Da igual que consideremos al videojuego como una disciplina artística o un artículo de entretenimiento, porque ni el arte, ni el recreo que proporciona un objeto se puede medir de forma ecuánime. Algunos apreciarán virtud en ICO (Team Ico, 2001) y otros, hastío, pero no podemos dar como verdad absoluta a ninguno de estos dos extremos, tan solo argumentarlos para inclinar la balanza.

La argumentación es la clave. ¿Cuándo un texto está comprometido con el lector? Decir “unos gráficos espectaculares” o, en su variante pomposa, “un apartado visual de bella factura”, por poner un ejemplo, debe ser solo el principio de un enunciado, pero no la base de un texto. En realidad, el compromiso con el lector no es que el autor del artículo, de forma fehaciente, constate si los gráficos son espectaculares o de bella factura, sino que explique el porqué de esa afirmación. ¿Realmente queremos que alguien describa lo que ya vemos en las capturas de pantalla o vídeos que acompañan al texto? ¿Qué capacidad le estaríamos concediendo al lector si solo le indicamos lo que ya puede comprobar él mismo? El compromiso es intentar elucidar con argumentos y referencias aquello que pensamos de una obra. Este deber del autor no lo podemos confundir con otras oscuras intenciones que algunos creen ver detrás del texto: escribir algo para el disfrute de uno mismo o, como decía Woody Allen (un amigo me lo ha recordado hace poco), “masturbarse artísticamente”. ¿Profundizar en los aspectos de un título es pedantería? ¿Es justa la etiqueta “gafapasta” para determinados análisis? Decídanlo ustedes, pero el análisis tiene más sentido como un examen o estudio intelectual del objeto (bien sea a través del conocimiento o desde la propia experiencia como jugador), que como un simple acopio de bondades que en nada resuelven la incertidumbre del lector que se acerca al texto. Este mismo compromiso, además, es el único parámetro con el que contamos para valorar los artículos en su justa medida e intuir el trabajo que puede haber detrás. Independientemente de la diversión intrínseca que ofrece un videojuego, en su análisis posterior debe de haber una labor ardua (documentación, contraste de información…) y responsable (ordenación de ideas, reflexión…) por parte del redactor, para que, en las conclusiones del artículo, no solo se afirme si es o no interesante, novedoso o divertido, sino que se argumente el porqué de esas aseveraciones.

En definitiva, este examen público que también existe en otros espectáculos y otras disciplinas como el cine y la literatura deberá ajustarse al tipo de usuario al que va dirigido, escogiendo el enfoque temporal y el tono que más agrade al lector asiduo. No hay ninguna razón para crear dos bandos diferenciados, ni para enjuiciar negativamente el estilo de un texto reflexivo u otro más recreativo. Los artículos podrán ser pretenciosos y utilizar esas benditas palabras: “manido”, “burdo” o “lugares comunes”, que personalmente odio tanto; podrán ser irónicos, sarcásticos o cómicos; quedarse en la superficie o rascar en las profundidades; más o menos interesantes, más o menos acertados, es igual. Lo que no puede faltar es el compromiso con el lector, porque entonces no sería una crítica.